“Recuerda que el sentido de la vida no es precisamente el de obtener todo lo que queremos, sino más bien de saber compartir lo que tenemos y sabemos”
Lola
González nació un 27 de Febrero de 1937 en Longoseiros, O Carballiño, Ourense.
Era la segunda de cinco hermanos: Sofía, Mª Dolores, Emilia, Juan y Pepita. Sus
padres, Secundino y Josefa, formaban un matrimonio que, sin tener que emigrar,
vivían de manera desahogada dedicándose a la trata de madera. Por la ubicación
de su casa, al inicio del pueblo, les apodaban “os vixiantes”.
Lola era
(es) guapa… muy guapa. Sus poderosos ojos azules y la frescura de su sonrisa a
juego con su mirada la dotaban de un magnetismo rebosante de atractivo. Era
inteligente, pero las obligaciones para con sus padres y sus hermanos, que se
tradujeron en tener que trabajar en casa, le impidieron que estudiara de manera
acorde con su natural talento.
Pudo
elegir con quien casarse. De sus muchos pretendientes eligió al más guapo y
trabajador, Emilio. De su unión nacieron siete hijos: Albina (+ 1960), Sofía,
José Emilio (+1979), Xoán, Carlos, Fernando y Mónica. “La joya más preciada
para una madre son sus hijos”, solía decir.
Formaban
un matrimonio muy unido de cuya complicidad se produjo una progresiva conquista
de bienestar. Sus hermanos y sus cuñados optaron por emigrar y sin embargo
ellos apostaron por la comarca que les vio nacer. Y les fue bien. Se construyeron su primer
hogar en la Carretera de Irixo (hoy Carretera de Pontevedra) y de su venta
pudieron comprarse un piso en el centro de la ciudad y edificar en una finca en
el vecino Barro de Madarnás.
Allí
transcurrieron los últimos años de su vida cuando un cáncer de páncreas se la
llevó muy rápido, un 7 de abril del año 2002… acababa de cumplir 65 años y
apenas había podido disfrutar un mes de sus muchos años cotizando al seguro agrario
(su huerta y sus animales representaban para ella mucho más que una afición tal vez comparable como ir a
escuchar las bandas de música que actuaban en la plaza).
De su buen hacer queda la constancia de sus hijos y el extraordinario recuerdo en quienes la conocieron. Por poner un ejemplo de su enorme corazón, deseo esbozar una breve pincelada: solía llevarnos a visitar a personas enfermas y era muy discreta al patrocinar proyectos solidarios, como pagar el contador y la luz de su bolsillo a una familia recién desahuciada por FENOSA y que difícilmente podía tener nada que celebrar unas frías fiestas navidadeñas.
De su buen hacer queda la constancia de sus hijos y el extraordinario recuerdo en quienes la conocieron. Por poner un ejemplo de su enorme corazón, deseo esbozar una breve pincelada: solía llevarnos a visitar a personas enfermas y era muy discreta al patrocinar proyectos solidarios, como pagar el contador y la luz de su bolsillo a una familia recién desahuciada por FENOSA y que difícilmente podía tener nada que celebrar unas frías fiestas navidadeñas.
La he
admirado siempre por la red social de autoayuda y colaboración que fue capaz de
tejer en su entorno: leche, huevos, flores, ropa, favores… iban y venían de una familia
a otra y a nosotros, sus hijos, nos convertía en testigos y cómplices más que en puntuales colaboradores o aprendices.
Una de sus flores favoritas... y, sin embargo, dejó dicho que no quería ni flores ni llantos en su funeral. |
Existe algo más bonito que recordar públicamente a una madre con tanto cariño...?
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